EL RETO DE UNA PRIMERA-SEGUNDA PROCESIÓN (Agustín Alcaraz Peragón)

(A petición de algunos amigos, os cuento mi procesión del Santo Entierro 2014)


Debuté como capirote en 1982, en un tercio de la Vera Cruz que aún estaba formado por veteranos, agónicos que fueron ejemplo y que hicieron grande a nuestra agrupación. Un año después, pasé a desfilar en el tercio de la Agonía, debutando, como casi todos, portando una de las Siete Palabras. Desde entonces han pasado ya más de tres décadas. 32 años en los que uno ya ha superado el medio centenar de procesiones vestido de blanco y morado (o de morado y blanco) tras los ojos de un capuz.

Antes había sido monaguillo en ambos tercios, nazareno en las cuatro procesiones marrajas, había vivido una suspensión (en 1979) y hasta, siendo muy niño, estrenos como el del trono de la Agonía o el itinerario "largo" del Viernes Santo por Jabonerías y Carmen. Pero convendréis conmigo en que no es lo mismo salir con mocho que con capuz. Ni te sientes igual, ni es lo mismo, ni puedes experimentar esos nervios y esa sensación inigualable de pisar la rampa siguiendo a tu compañero, manteniendo la distancia y a los sones de tu marcha.


Podría escribir sobre casi todas esas procesiones en que he sido capirote de la Agonía; sobre los varas, sobre los hachotes, sobre las muchas cosas que han pasado y que, como muchos sabéis no son pocas, pues uno tiene el dudoso honor de haber acabado incluso una procesión en el Rosell y en pijama, mientras su traje de capirote continuaba hasta Santa María, esguince de tobillo mediante.

De hecho, incluso en alguna ocasión no pude salir, pero por una circunstancia puntual que no era nunca obstáculo para seguir siendo y sintiéndome capirote de la Agonía.


Todo eso, como casi todos sabéis, cambió en 2011. Ese año me diagnosticaron un "neurinoma del acústico", que es un tumor que se forma en el nervio vestibular (el del oído). Y eso supuso una operación complicada, de más de siete horas y media de duración, en Barcelona. Una operación en la que no sólo te abren la cabeza (literalmente), sino que en mi caso, al estar más profundo de lo habitual, conllevó que para acceder tuvieran que desplazar el cerebro (ahí es nada) y, obviamente, la pérdida de ese nervio en el oído izquierdo, que no sólo es el que te permite oir, sino el que te permite tener equilibrio para andar y mantenerte erguido e inmóvil, que como bien sabéis son algunas cosas "bastante necesarias" para salir de capirote.


En 2012 no salí. De hecho en 2012 no conseguí casi ver la procesión si no era sentado y sin cansarme mucho. Teniendo en cuenta que a comienzos de ese año no podía andar sin ayuda más de 20 ó 30 metros, y con ayuda no más de 100, mejor ni quejarse.


En 2013 tenía ilusión por salir, pero comprobé que no estaba en condiciones, así que con resignación, fui baja por segundo año y "perdí mi sitio". Oficialmente ya no era capirote de la Agonía.

Pero la cosa fue mejorando, y fui volviendo a hacer todo lo que había hecho antes de la operación. Todo menos oir por el lado izquierdo y ser capirote de la Agonía. Lo asumí bien. Prefería decir que había tenido el honor y la suerte de serlo treinta años a pensar que ya no podría hacerlo. Me dijeron que era imposible. Por equilibrio, por ponerme un capuz en una cabeza que tiene una tortuosa geografía a lo largo de más de diez centímetros. Porque además uno no tiene ya veinte años. Pero no me quedé conforme. Era ya una cuestión de orgullo, de rabia, de querer salir aunque no fuera fácil.


Me dejaron una tela de capuz mucho antes del reparto de vestuario. Me coloqué durante horas el pirulí en casa. Ensayé como si fuera un hebreo de esos a los que machacan ciertas agrupaciones ( ).Y me convencí de que era posible. Me decía que salir podría salir, pero que recogerme... ya veríamos.

Y llegó el Viernes Santo. Y me puse el traje de la Agonía. Y dejé de pensar. No quería pensar en nada ni en nadie. Ni en la devoción, ni en la tradición familiar, ni en la historia de la Agrupación, que tanto he investigado. No quería pensar en nada. Y siendo como soy tranquilo, el gusanillo era bastante más grande del habitual. Tuve la ayuda de los varas, que me transmitieron una confianza plena y me permitieron salir en el puesto que consideré más seguro para mí y para el tercio. O sea, en el de siempre. Con hachote en la derecha y en la parte de delante, algo que tiene su aquel, porque cuando sólo oyes por un oído, no ubicas los sonidos y no sabes, si escuchas dos tambores, cuál es el tuyo o cual el del Expolio, por ejemplo.


Os podéis imaginar, estoy seguro, que los nervios en Bretau eran... bueno, eran. Y entramos en la iglesia. Y salimos de ella.


El equilibrio es jodido. El muy puñetero se articula en dos principios básicos: la vista y el nervio ese que me extrajeron con su neurinoma hace dos años y medio. Y la vista estaba condicionada por esos dos agujeros del capuz. Así que tocaba un ejercicio de concentración de los gordos. Porque si miraba el sudario (obviamente sin girar la cabeza, sólo con los ojos) y luego volvía a mirar al de delante, perdía el equilibrio. Obviamente ni os cuento si se me ocurría mirar a la gente. Así que sólo podía mirar al de delante e intuir de refilón el sudario.


No fue fácil, pero disfruté como un enano. Ni el capuz me apretó ni el hachote me pesó. Sólo tenía hueco para estar concentrado en no perder el equilibrio... y el paso, obviamente. El paso no lo perdí. El tambor no me confundió. No me equivoqué en ninguna salida o parada. Y aunque tuve momentos en que daba un paso más inseguro (mi compañero de detrás tuvo que tener algún desconcierto -me consta-), la cosa fue bien. Muy bien. Y llegué a la iglesia con una absoluta felicidad, tras sentirme de nuevo penitente, sí, pero sobre todo tras haber ganado a la operación, al neurinoma y a los agoreros. Y sabiendo que si me retiro del tercio (que no va a ser de momento, ya lo aviso), será porque yo lo decido, y no porque factores externos me obliguen a ello.


No estaba seguro de querer contar todo esto, porque no me gusta escribir de mí mismo (y mucho menos un tocho así), pero entre que me lo han pedido y que sé que puede animar a otros a ver que podemos ganar ciertas batallas, ahí tenéis este rollo. Un abrazo a todos.

Neurinoma, tú pierdes, yo gano ;)


Agustín Alcaraz Peragón

Escudo de Oro de la Agonía 2012

Facebook, 30 de Abril de 2014