PRESENTACIÓN DE LA REVISTA AGONÍA 2014 (Agustín Alcaraz Peragón)

Santísima Virgen de la Caridad,

Señor Rector de la Basílica,

Ilustrísimo Señor Hermano Mayor,

Ilustrísimos Señores Hermanos Mayores de Honor,

Queridos marrajos,

Queridos marrajos de la Agonía,


Hace ochenta y cinco años, un grupo de jóvenes cartageneros, antiguos alumnos del Patronato del Sagrado Corazón de Jesús, se hicieron marrajos.


Antiguos alumnos, sí, porque aunque hoy nos pueda parecer increíble, en aquellos años la Enseñanza en España estaba regulada por una Ley que llevaba en vigor no sólo más de una Legislatura, sino casi un siglo, desde que en 1857, durante el reinado de Isabel II, fuera impulsada por el ministro Claudio Moyano, que daría nombre a la misma.

La Ley Moyano establecía que en el Patronato, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, impartían clases de párvulos y de primera enseñanza, por lo que los críos permanecían allí hasta los nueve o diez años.

Sin embargo, aquellos jóvenes seguían ligados a su antiguo colegio, mantenían su amistad y fortalecían sus lazos como Hijos de María.


Por ello, cuando Sor María Mailhán, superiora del Patronato, lideró el movimiento que llevó a la creación de nuestra Agrupación, fueron los Hijos de María los que, desde la Semana Santa de 1930, vistieron túnica y capuz ante el antiguo Cristo de la Agonía.


Nacían las agrupaciones en una Cartagena en expansión. Una ciudad que, curtida en mil batallas, supo sacar partido del Desastre de 1898 –la pérdida de las últimas colonias y la derrota naval en Santiago de Cuba y Cavite en la guerra contra los Estados Unidos de América- e iniciar un fuerte despegue.

Perdidas las minas de Ultramar, la sierra minera que antaño explotaron cartagineses y romanos revivió. La Sociedad Española de Construcción Naval se vio desbordada de trabajo para devolver efectivos a una Armada que había perdido en el 98 no sólo las vidas de muchos marinos, sino gran parte de su flota, barcos que ahora debían sustituirse con nuevas unidades.


Cartagena cambió. Y de qué manera. Creció hacia un Ensanche que la llevaba hacia el norte. El Modernismo dotó a la ciudad de extraordinarios edificios que dieron valor a sus calles. Y en una de éstas, la de Saura, nació, en 1900, el Patronato del Sagrado Corazón de Jesús.

Y si cambió Cartagena lo hizo también, como no, su Semana Santa.


Con la fundación de las agrupaciones, ésta se abrió a las gentes, se hizo participativa e iniciaba una evolución que la hizo ser lo que ha sido y llegar hasta donde ha llegado.


Con las agrupaciones se acabó el tiempo de los figurantes pagados y cazados casi a lazo por las cofradías para vestir capuces y portar tronos. Se acabó la búsqueda de mecenas externos que sufragaran las flores de los tronos o las reformas necesarias para mejorar vestuarios, estandartes o hachotes.


Nacían las agrupaciones porque los colectivos de la ciudad, los colectivos católicos en muchos casos, pero también otros de diversa procedencia se lanzaron a vivir esa nueva experiencia que hizo que las cofradías ya no fueran de unos pocos, sino de todos. Que la catequesis plástica de la Pasión de Cristo se viviera con pasión real, con penitencia y convicción por esos jovenzuelos que integraron las nacientes agrupaciones de Semana Santa.


Eran jóvenes, muy jóvenes, casi unos críos que dejaron su impronta e inocularon su carácter en el subconsciente de cada agrupación, como sucedió, bien que lo sabemos, con la nuestra.

Ninguno de aquellos primeros agónicos está ya hoy entre nosotros. A muchos de ellos los hemos conocido, y todos podemos coincidir en que aquel espíritu que les llevó a hacerse marrajos sigue hoy vigente en nuestra agrupación. Hemos recibido su lección y somos depositarios de esa manera de ser católicos y marrajos.

Una componente espiritual, pero también de amistad y familia. De hondas y profundas convicciones, espíritu de sacrificio, modestia, discreción y entrega. Aquellos lazos que unían, años después de acabar su etapa de formación en el Patronato, a aquellos jóvenes, que mantuvieron su amistad y ligados a su agrupación hicieron que ésta creciera y adquiriera un renombre en el contexto de una Semana Santa de la que se sintieron orgullosos.


Algunos tienen la suerte (que espero seguir teniendo) de vestir hoy de blanco y morado, o de rojo cardenalicio y pergamino. Otros muchos lo hicieron con anterioridad y conservan, sin duda, el orgullo de haberlo podido hacer, de haber acompañado un rato a nuestro Cristo, aunque en realidad es Él quien nos acompaña siempre.


Y como tales, nos encanta poder echar la vista atrás y leer, en estas páginas de la revista que cada año –desde hace diez- edita nuestra agrupación, retazos de nuestra historia, vivencias y sentimientos de agónicos a los que admiramos, aunque nuestro contacto no sea tan cercano como el de esos remotos tiempos de una ciudad más pequeña.

Me conferís hoy el honor de presentar la revista, de compartir unas cuantas palabras que trato de poner en orden sin que, para ello cuente con la indispensable ayuda del tambor, ese diapasón que marca el caminar de los agónicos cada Viernes y Sábado Santos, un andar que hunde sus raíces en la historia.


Me acuerdo -como todos vosotros, sin duda alguna- de las primeras veces que vestí el traje de la Agonía. Para entrar en el patio del Patronato no se pasaba por las actuales entradas laterales, sino por un estrecho pasillo al que se accedía desde la fachada principal. Entrabas con cuidado de no rozar tu capa, con los nervios cargados y las pilas puestas. Te encontrabas allí con otros a los que puede que no hubieras visto desde el año anterior, y sin embargo, sabías que tenías con ellos un vínculo que no requería, ni siquiera, saber sus nombres.


Los nervios se transformaban en tensión; en tensión de unas piernas que, sin embargo, se soltaban en cuanto la banda de música, formada por jóvenes marineros de reemplazo con algún refuerzo de músicos veteranos de honda sabiduría procesionista, comenzaba a tocar ‘Santa Agonía’. Cuando esas notas, que te sabías de memoria y una a una, y que eras capaz de tararear aunque no tuvieras un cedé en el coche para escucharlas en cualquier época del año, daban paso a que el sudarista (que en este relato de mis recuerdos era Pepe García Aráez, gran agónico, admirado, querido y persona clave también en la historia de esta revista), cuando Pepe, como digo, acompañado por Cristóbal y Miguel elevaba un sudario de plástico y raso, lo movía a izquierda y derecha y comenzabas a andar, a dar unas vueltas a un patio en el que el tercio era arropado desde la escalera o junto a ésta aún por alguno de aquellos críos que habían vestido por primera vez el traje de la Agonía en procesión.


Hoy, los sentimientos siguen siendo iguales, cuando el patio del Patronato se queda pequeño para formar el tercio, porque junto a los penitentes que han recogido su traje en Bretau están también –y bien que lo sabemos- otros veteranos y recordados penitentes, muchos de los cuales vienen de allá arriba, con sus capas perfectamente planchadas y que no faltan a la cita de cada Viernes Santo. Y sabes que están ahí, y que si es necesario te van a ayudar, a buen seguro, a empujar tu hachote cuando, al pasar ante este templo de la Caridad, pesa ya un poco más (en realidad bastante más) que cuando te lo dieron en Santa María. Y aún te queda la calle de la Caridad. Y Risueño. Y Duque. Y San Ginés. Y San Francisco. Y Campos. Y Jara, donde si los clientes de los bares no lo impiden, se situarán los más forofos del otro bando, con sus bufandas del color equivocado. Porque como todos sabemos, el correcto es, sin lugar a dudas, el color morado.


El tercio se forma un año más y muy probablemente seguirás sin saber los nombres de todos, aunque por supuesto que te suenan cuando oyes al Vara leer sus nombres al pasar lista. Porque muchos llevan apellidos que has oído antes, porque son segunda, tercera o cuarta generación de agónicos, de esos que mantienen vivo el espíritu de tu agrupación y que hacen que, siendo muy cartagenera y muy marraja, tenga un inconfundible sabor a familia, a Patronato, a Agonía.


Nos gusta nuestra agrupación. Y por eso nos gusta que haya hermanos nuestros que se preocupan a lo largo de todo un año de preparar una revista que nos acerca a nuestras raíces y que nos proyecta hacia el futuro. Que nos enseña de dónde venimos y enseña al mundo quiénes somos. Que nos sirve para compartir vivencias propias y ajenas. Gracias Felipe. Y gracias también, a los pioneros de la misma, a Paco Puertas y a Pepe García Aráez.


La revista de la Agonía llega con el ejemplar de este año a su décima edición. En un 2014, en que la imagen de nuestra Virgen de la Amargura cumple medio siglo al pie de la Cruz del Cristo de la Agonía. En silencio, contemplando lo más horrible que se me ocurre que puede plantearse en la vida de alguien, como es ver torturar y matar a tu propio hijo.

Una imagen de extraordinaria y casi desconocida belleza. Una imagen que sobre nuestro trono recibe, también, las oraciones de estos agónicos que no le hemos cantado quizá una salve, pero sabemos que es sin duda abogada nuestra, reina y madre de Misericordia.


Cumple también este año medio siglo el sudario que dibujara un día un californio, Balbino de la Cerra, y que bordara con mimo Anita Vivancos. Un precioso estandarte que cada año abre el desfile de un tercio que, a golpe de tambor, recorre las calles de Cartagena.


Un estandarte que ha llevado durante unos cuantos años nuestro presidente, que se estrena como tal esta Semana Santa y al que deseo toda la suerte en su andadura. Y aprovechando su ausencia esta noche por motivos laborales, le evitaré sonrojarse al decir que se estrena con sumo acierto al escribir unas preciosas, sentidas y acertadas palabras abriendo la revista que hoy presentamos.


Como cada año, agónicos, marrajos y procesionistas de otras cofradías y otras latitudes se suman para construir entre todos una interesante publicación.


Y este año, además, algunos artículos tienen un denominador común, porque escriben en ella dos personas que han contribuido a que hoy seamos como somos. Y además, otros escriben sobre ellos.


Así, Gregorio Saura, que durante casi dos décadas ha sido nuestro presidente, nos transmite sus recuerdos en un breve resumen de sus años como agónico, y quien le sucedió como Primer Comisario de los marrajos, José Lázaro Arias, tiene la suerte de hablar de Gregorio, que es algo que sale de dentro para quien tenemos la suerte de contar con su amistad y que esperamos seguir aprendiendo de él cada día como hasta ahora hemos hecho.


Y también escribe en estas páginas Francisco Montesinos, retirado de su labor como capellán marrajo, una cofradía que ahora parece el Vaticano, porque si allí hay dos papas por primera vez en la historia (uno ejerciente y otro emérito), aquí nos pasa algo así, porque tenemos a un nuevo capellán marrajo (en este caso antes marrajo que capellán) Fernando Gutiérrez Reche, y un ex capellán que sigue por aquí y que a buen seguro que todavía nos dirá alguna que otra cosa de cuando en cuando.


De Paco Montesinos, habla, además en la revista uno de los más entregados colaboradores de la misma, Juan Francisco Guillén, al que cada día se le adivina un tinte más morado en su túnica california.


Junto a ellos, contamos este año una vez más con la colaboración del párroco de la Iglesia de Santiago el Mayor de Totana, José Ruiz, que me precedió hace unos años en la presentación de esta revista.


Y otro californio, Luis Linares, que muy probablemente tenga el record absoluto de artículos publicados sobre nuestras procesiones a lo largo de los años.


Nos trae también la revista de 2014 un artículo sobre la Cofradía del Santísimo Cristo de la Agonía de Cieza, que tiene como Titular una de las primeras imágenes salidas de la mano de uno de los mejores escultores pasionarios de todos los tiempos: Juan González Moreno.


Y como no, también hay artículos de agónicos. Como mi padre, que antes de que yo naciera (y por tanto no cabría referirse a él como mi padre) sino como Agustín Alcaraz García, ya era patronatero, Hijo de María y en consecuencia directa marrajo y agónico, y que escribe sobre la amarga cruz de María, de esa Virgen que tuvo la suerte de preceder como penitente en su primera salida procesional hace ahora 50 años.


Agónicos como María José Soler, de cuyos hondos sentimientos de devoción hacia nuestro Cristo y de amor a su agrupación quedan constancia en cada una de sus palabras.


O como Pepe García Aráez, al que me refería hace unos minutos como el sudarista que fue, y que sigue siendo, porque aunque ahora su sudario es la palabra, el archivo y el recuerdo, sigue contribuyendo con éstos a guiar el paso de los nuevos agónicos.


Contamos también con un excelente artículo de investigación aportado por un incansable rastreador de archivos y datos que nos permitan constatar algo que viene siendo una tónica habitual en los últimos años: que tenemos mucho mayor conocimiento -si queremos, que al parecer no siempre es así- de nuestra historia.


Alfonso Pagán, Comisario General responsable del Archivo de la Cofradía, y buen amigo, nos acerca en esta ocasión al origen decimonónico del Traslado que cada año realiza nuestra Agrupación Hermana de San Pedro. Una excelente investigación de la que disfrutaremos, a buen seguro, con su lectura.


Lleva también la revista un artículo de quien os habla, sin duda más interesante por lo que trata de contar, sobre el imaginero que talló a la Virgen de la Amargura, Efraín Gómez, que por quien lo cuenta.


Y concluye con el resumen del año en el devenir agónico que nuestro Secretario General, Enrique Soler nos brinda en unas páginas que abre con su editorial Felipe Vilas, y que contiene, no quiero olvidarlo, palabras cariñosas de algunos de los predecesores que he tenido, a lo largo de estos años en la tarea, en el honor, de presentar la revista Agonía.


No he querido extenderme en demasía, aunque sé que he sobrepasado el tiempo que debía recorrer con mis palabras. Pero me apetecía compartir con vosotros ese acercamiento a los orígenes en un momento en que la Semana Santa se encuentra nuevamente en una encrucijada. En el que debe retomar la conciencia de aquellos años veinte de los que ha transcurrido casi una centuria.


Porque hoy la sociedad vive cada vez más lejos de nuestra realidad cofrade. Porque hoy parece que algunos quisieran que la Iglesia volviera a quedar confinada al interior de los templos. Porque –y eso es algo que podemos constatar, aunque no nos guste hablar de ello- son cada vez menos los jóvenes que pugnan por un traje de capirote o de portapasos.


Y ante ello yo –sin ningún mérito para ello más que el hecho de que se me ha dado un micrófono- os pido rebeldía. Os pido que no volvamos a los tiempos en que los penitentes eran figurantes y las cofradías cosas de cuatro. Que salgamos a la calle y busquemos a los jóvenes. Que rescatemos a aquellos marrajos que un día fueron nuestros y hoy no lo son, probablemente por tontas y olvidadas trifulcas caducadas. Que entendamos que la perfección de nuestro trabajo no estriba en que lo seamos nosotros, sino en que el mensaje del Nazareno, cuya Vera Cruz no es símbolo de muerte sino de victoria, llegue a cuantos más mejor.


Que sepamos que somos Iglesia, pero no un colectivo más de ésta –que tiene muchos y variados-, sino cofradía. Y que eso da a nuestra función muchos matices, muchos recovecos de historia y tradición que no son obstáculo, sino medio, para llegar a los demás. Como dice el Papa Francisco refiriéndose a la transmisión del mensaje de Cristo también a los no creyentes: “Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”.


Contamos para ello con medios tan interesantes como esta revista que, estoy seguro, todos tenéis ganas de hojear y de leer en detalle para lo que es necesario que este pesado presentador ponga fin a su larga intervención y dé paso, y ya lo hago, al final del acto, en el que la música será, sin duda, más interesante que mis palabras esta noche.

Muchas gracias a todos.


Agustín Alcaraz Peragón

Escudo de Oro de la Agonía 2012

Cartagena, 12 de marzo de 2014